Mujer y DCA
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En España, más de 420.000 personas viven con Daño Cerebral Adquirido (DCA). De ellas, el 52% son mujeres. Pero la realidad para muchas de estas mujeres no es solo la de reconstruir su vida tras un evento devastador: es la de enfrentarse a una doble discriminación que agrava su situación de vulnerabilidad. El DCA no solo interrumpe su biografía personal; también amplifica las desigualdades estructurales que ya sufrían por razón de género.
La discriminación se multiplica
En nuestra sociedad persisten brechas de género ampliamente reconocidas: desigualdad en el acceso al empleo, diferencias salariales, obstáculos para la conciliación, mayor exposición a la violencia, entre otras. Si a estas barreras sumamos las que enfrentan las personas con discapacidad —prejuicios, estereotipos, exclusión laboral, barreras físicas y sociales—, se genera un entramado de exclusiones que limita profundamente la libertad de estas mujeres para competir, decidir y vivir en igualdad.
Necesidades específicas, desafíos invisibilizados
Salud y autonomía reproductiva
Las mujeres con DCA encuentran más dificultades para acceder a servicios de salud esenciales, como la planificación familiar, los tratamientos de fertilidad o la toma de decisiones sobre su cuerpo y su maternidad. Esta falta de acceso no solo es técnica, sino también simbólica: muchas veces se las percibe como pacientes “sin futuro reproductivo” o sin derecho a decidir sobre su sexualidad. Es fundamental formar y sensibilizar al personal sanitario en estas cuestiones.
Violencia de género: una herida aún más profunda
La combinación de discapacidad y género coloca a estas mujeres en un riesgo especialmente alto de sufrir violencia machista. Se estima que alrededor del 40% de las mujeres con discapacidad en Europa ha sufrido algún tipo de maltrato. A menudo, estas situaciones quedan invisibilizadas por unos sistemas de atención que no están adaptados a sus necesidades ni contemplan sus particularidades. Se requiere una política de prevención, atención y protección específica para ellas.
Cuidados y rol de género: del hogar al colapso
En muchas familias, el cuidado del hogar y de sus miembros sigue recayendo casi exclusivamente sobre las mujeres. Cuando una mujer sufre un DCA, la interrupción no es solo personal, sino también estructural y relacional: se ve truncada su vida, pero también se desequilibra la red familiar que dependía de ella. Su pérdida de funcionalidad afecta al conjunto del sistema familiar, y muchas veces conlleva una fuerte carga emocional, marcada por la culpa, la frustración y la sensación de haber “fallado”.
El peso de cuidar: otra vida interrumpida
La figura del cuidador principal de una persona con DCA sigue siendo, mayoritariamente, una mujer: madres, esposas, hijas o hermanas. Ellas también ven sus vidas interrumpidas. Renuncian a su tiempo, a sus carreras, a sus planes personales, y muchas veces lo hacen en silencio. Esta entrega total al cuidado —pocas veces reconocida o acompañada— supone un sacrificio invisible, que genera un nuevo tipo de vulnerabilidad: la de vivir por y para otro, sin espacios propios ni apoyo suficiente.
Una realidad que no puede seguir ignorándose
La situación de las mujeres con DCA —y de las mujeres que las cuidan— permanece, en muchos casos, fuera del foco institucional y mediático. Esta doble vulnerabilidad debe ser reconocida, abordada y priorizada por todas las entidades que trabajamos en la integración y la atención a personas con Daño Cerebral Adquirido y sus familias.
Visibilizar estas desigualdades no es solo un acto de justicia: es un paso imprescindible para construir una atención más humana, más equitativa y más eficaz.
